Si la penicilina o la ley de la gravedad se descubrieron de forma casi aleatoria, en la cocina no podía ser de otra forma y nos encontramos bastantes platos o productos famosos fruto del azar o del descuido. No obstante, os recomendamos que si no sois del mundillo, no dejéis nada en la sartén 10 horas en nombre de la investigación y que no mezcléis alimentos sin orden ni concierto con el objetivo de convertiros en el próximo Ferrán Adrià… porque podemos vaticinar que huele a fracaso y seguro que los bomberos también lo huelen. De modo que, no para daros alas creativas sino solo para engordar vuestros conocimientos gastronómicos -o vuestro perímetro si los tomáis todos juntos-, os traemos una selección de sabrosas casualidades culinarias.
Lo cierto es que a veces es complicado saber de dónde viene un plato, de hecho hace meses que luchamos por acercaros a este tipo de información y no es fácil porque muchas veces la propia evolución de la receta y los añadidos de culturas y tradiciones son los que ofrecen el resultado final que conocemos hoy en día. La cosa es que nos gusta saber qué estamos comiendo, y a lo largo de la historia, si no se conocía su origen exacto… pues recurríamos a leyendas, que siempre dan el pego y quedan muy ‘cuquis’. Por lo tanto es difícil a veces dilucidar si estamos ante la verdadera o ante una versión maquillada de la realidad. Si alguien conoce la verdad absoluta sobre alguno, que nos comente el gastropost, por favor J.
Un buen ejemplo de ello es la invención de la Tarta Tatin, cuya responsable fue Caroline Tatin, una cocinera francesa de finales del siglo XIX. Queda de lujo la historia de que un día se le olvidó forrar de pasta el molde de su tarta de manzana y cuando éstas ya estaban cocidas, se dio cuenta y decidió cubrirlas por encima con el hojaldre; sin tiempo para hacer otra, la sirvió así a los comensales y triunfó. ¿Realmente una experta repostera podía cometer un error semejante y encima servir el ‘desastre’ a la flor y nata de la sociedad del momento sin pestañear? Original, atrevido y esperanzador, pero irreal. La señora sabía de la existencia de ese tipo de pasteles -ya se elaboraban tartas invertidas en la región de Orleans- y decidió darle su toque.
Se rumorea que otro delicioso accidente fue el que tuvo Ruth Wakefield, una americana con un restaurante en Massachusetts que estaba hasta arriba de trabajo un día de 1930. La pobre señora atendía lo más rápido que podía las solicitudes de sus comensales pero en un intento desesperado por adelantar trabajo en la cocina, rompió unos trozos de una tableta de chocolate encima de la masa de las galletas pensando que éste se disolvería y quedaría mezclado con la pasta con el calor del horno. Pero no. Allí se quedaron los trozos, pepitas de placer en toda su extensión. Ruth se hizo famosa y Nestlé la visitó para ofrecerle un acuerdo que incluía que ella tendría chocolate vitalicio. Nos ha encantado la fábula pero no es del todo cierta. La señora llevaba uno de los restaurantes más famosos de la zona, donde iban a comer normalmente Joseph Kennedy, Bette Davis o Eleanor Roosevelt. Ni se quedó sin chocolate, ni estaba hasta arriba -debía tener un equipo enorme-, ni nada parecido. Hizo un estudio de mercado, investigó y este fue el resultado. Ciertamente Nestlé tocó su puerta y le ofreció a cambio de la receta aparecer en todos los paquetes de galletas Toll House Cookies que vendiera la marca. Lo del chocolate de por vida no lo tenemos claro pero firmábamos donde hiciera falta porque nos ocurriera algo así.
De todas maneras hay casualidades reales -que de eso hemos venido a hablar- como los polos. Los de hielo de toda la vida con su palito. ¿Y qué enternecedor es saber que los inventó un niño? En efecto, en 1905 Frank Epperson, de 11 años de edad, -casi con toda seguridad desobedeciendo a su madre-, dejó toda la noche en el porche su vaso de refresco con un palito de revolver dentro. A la mañana siguiente y con la zapatilla materna sobrevolando su cabeza, fue a recogerlo y se encontró el conjunto congelado -fue la envidia del colegio-. Tan exitoso fue, que en 1923 lo patentó y los renombró como Popsicle, lo que hoy es una compañía que vende 2.000 millones de polos al año. Son tan potentes que no tienen un día nacional del Popsicle, sino dos -ahí, acaparando hashtags-: el National Grape Popsicle Day el 27 de mayo y el National Cherry Popsicle Day el 26 de agosto. Hasta tienen certificación kosher (hablamos de ello la semana pasada, ¿no te lo perderías no?).
Ya que estamos azucaradas y calóricas, sigamos -perdiendo- la línea y vayamos a otro tipo de helados: los de cucurucho. Hay diversas teorías al respecto pero nos quedamos con la más inspiradora. Se dice que este invento-descubrimiento tuvo lugar como resultado de la empatía de un repostero sirio, Ernest Hamwian, que vendía unos dulces llamados zalabia -una especie de pasta crujiente plana- en 1904 en la Feria Mundial de San Louis, cuando su vecino el heladero se quedó sin platos. Imaginación y amabilidad a partes iguales hicieron que el pastelero enrollara sus galletas calientes para hacer un recipiente cónico del que no se ‘escapara’ el helado. Gran triunfo señores. Hay que decir que muchos otros se han atribuido la creación de estos cucuruchos precisamente en esa feria inspirados por la leyenda. Sea quien fuere, lo consideramos un héroe -además, las tarrinas contaminan más-. ¡Arriba los hidratos!
En este recorrido nos está costando hacer dieta, pocas casualidades sanas se ve que hay… así que de perdidos al río. Hablemos de las crepes de azúcar flambeadas, que aunque la historia no está legítimamente confirmada, parece que hay bastante consenso en que sucedió casi al 99% de esta forma. En este ‘accidente’ culinario intervino un joven e inexperto ayudante de cocina de un café de Montecarlo que estaba echando una mano en la preparación del postre del Príncipe de Gales -futuro rey Eduardo VII de Inglaterra nada menos-. El pobre prendió fuego a la crepe, que llevaba brandy o licor de mandarina según la versión, y aquello en vez de chamuscarse de mala manera, obtuvo un color, un aroma y un sabor que nos sigue encandilando hoy en día. ¡Vivan los becarios! En cuanto al nombre de Crêpe Suzzete, como se conocen en Francia, hay diversidad de opiniones. Unos dicen que fue en honor a la hija de uno de los acompañantes del Príncipe ese día y otros -los haters de esta historia accidental-, creen que se lo puso el cocinero del restaurante parisino Le Marivaux -según algunos, el verdadero inventor- para ‘pelotear’ a la actriz Suzanne Reichenberg.
Y al final nos ha salido un gastropost dulzón de pies a cabeza… quizás en una próxima edición tratemos solo platos salados, porque teorías y leyendas sobre el origen de la comida no nos faltan precisamente. ¡Se admiten peticiones!