Estamos a las puertas de una de las fechas más tradicionales del año. ¿Y qué hay más folclórico, más histórico y más legendario que un refrán? No hay nadie que no los use y es causa incluso de trifulcas sobre las palabras exactas y el sentido de las mismas. Siempre hay alguien que tiene un dicho favorito –o fobia a alguno-, nunca es tarde para escuchar uno nuevo y sorprenderte, y defenderás a muerte los de tu región. Como no podía ser de otra manera –zapatero a tus zapatos-, a las chicas Aires nos toca hablar de refranes gastronómicos, así que hemos preparado una primera entrega de los más curiosos y la historia que tienen detrás porque el saber no ocupa lugar.
¡Que os den morcilla! No, no os estamos insultando pero nos gusta empezar fuerte. No hace falta explicar para qué se utiliza aunque puede que con su origen no lo tengamos tan claro. Antiguamente la rabia era una enfermedad muy contagiosa y estaba extendida sobre todo por las grandes ciudades en las que se abandonaba más a los animales. Aunque hoy en día nos parezca una brutalidad, era necesario erradicarlos así que se metía veneno en morcillas y se dejaban en las calles para así controlar la transmisión de la enfermedad. De ahí salió muerto el perro se acabó la rabia. Fue a finales del siglo XIX cuando surgieron las primeras perreras y se controló la expansión de la rabia, así que ya no hizo falta comportarse como bárbaros.
Otra leyenda trágica se encuentra detrás de un refrán que usamos cuando no nos están haciendo caso. Allá por el siglo XV, vivía en España un judío converso cuya mujer se llamaba Catalina –algún listillo ya habrá adivinado el dicho-. Esta señora era una adicta total al arroz -¿ahora ya lo tenemos todos, verdad?-. Además de tomarlo a todas horas, estaba convencida de que curaba todos los males y lo recomendaba por doquier. La cosa es que la pobre señora se enfermó y no había quien la curara, la familia ya desesperada recurrió al arroz que ella tanto adoraba pero Catalina tenía un pie aquí y otro más allá y no escuchaba lo que le decían. Tantas veces le repitieron ¡Que si quieres arroz, Catalina! Que hemos sido capaces de conservar el dicho y la historia hasta nuestros días, toda una proeza, aunque diremos que la pobre mujer murió. Gracias Catalina por tu aportación indirecta al refranero popular.
Seguimos con energía, como la que dan los frutos secos. Allá por 1597, las tropas españolas intentaron tomar la ciudad de Amiens gracias a un gran estratega, el capitán Hernán Tello de Portocarrero. La treta -propia de la cabeza pensante del caballo de Troya-, consistía en vestir de labradores a dieciséis de sus soldados que hablaban muy bien francés. Estos hombres penetraron en la ciudad provistos de sacos de nueces, cestos de manzanas y un carro de heno. Cuando entraron en la ciudad, uno de los soldados dejó caer uno de los sacos de nueces, lo que hizo que los milicianos franceses se agacharan para recogerlas distrayéndose. Rápidamente los españoles sacaron sus armas, escondidas entre la paja y les redujeron dejando entrar al resto del contingente. Pero los franceses eran más –no diremos mejores- y recuperaron el control, así que la gran estrategia quedó en nada… quedó en mucho ruido y pocas nueces.
Si aún sigues queriendo saber curiosidades y no nos vas a dar calabazas, te hablamos de este dicho, para lo que nos vamos a remontar hasta la antigua Grecia. Allí se pensaba que esta cucurbitácea era anti-afrodisíaca -si quieres mejores ideas para una noche romántica, te lo contamos aquí-. Más tarde, ya en la Edad Media, se asociaban las pepitas de calabaza a las cuentas de los rosarios -todo pudor-. Así que todo lo relacionado con ellas servía para evitar lo pecaminoso.
En el lado opuesto tenemos el refrán de lo que se come, se cría, cuyo posible origen parece estar ligado a la ‘potencia’ que le otorgaban las criadillas de toro que solía comerse a pares Fernando el Católico. A la muerte de Isabel de Castilla, el monarca se casó con Germana de Foix, que tenía 18 años -él 53- y había que cumplir… Él diría que ande yo caliente, ríase la gente… Vamos a dejarlo aquí.
Con esta historia a lo mejor nos hemos metido en un berenjenal… Y es que esta frase se utiliza muy a la ligera pero seguro que muy pocos de los que están leyendo se han ido a recolectar berenjenas. Siempre han sido plantas espinosas que arañaban a cualquiera que se atreviera a pasar entre ellas, hoy en día hay sandías cuadradas y naranjas azules, así que como comprenderéis, también hay berenjenales sin espinas… Así se pierde el encanto, hombre.
Y hasta aquí nuestra entrega de hoy. Si queréis más historias de refranes tendréis que esperar hasta el próximo capítulo, -que lo habrá, palabra-. Hasta entonces… ¡idos a freír espárragos! (Que además están de temporada…)