El periplo histórico de la hamburguesa

Lomo alto de ternera cortada a cuchillo a la plancha, con tomate cuerno de Los Andes, hoja de radicchio, Stilton blanco fundido y salsa Bourbon en pan de cristal acompañado de parmentier de patata monalisa. Que sí, que todo esto está estupendo, ¡pero no deja de ser una hamburguesa! Esto es lo que nos encanta de este invento: que la puedes tomar en el restaurante más top en una cena de gala y también engullirla a las 4 de la mañana pidiéndola desde el coche y -salvando las distancias para no ofender-, saberte a gloria igualmente. El martes que viene es su día grande, así que le rendimos homenaje y te contamos detalles de su curiosa existencia.

Es tan famosa, está tan extendida, tiene tantos clubes de fans que evidentemente su creación se la disputan diferentes países. De todas maneras, si nos remontamos a sus inicios más remotos, nos tenemos que trasladar a la época de los romanos y aunque a Obélix le gustaban más los jabalíes, en época del emperador Tiberio se consumía la Isicia omentata, una mezcla de carne picada, vino blanco, pan, granos de pimienta y piñones. Era muy popular sobre todo entre las legiones por su facilidad de trasporte y preparación.

Un poco más tarde y un poco más lejos, durante el mando de otro emperador, Gengis Kan, también tomaban una proto-hamburguesa, aunque con bastante poco glamour. Los guerreros recorrían largas distancias a caballo porque al señor Kan se le había metido entre ceja y ceja unificar a todas las tribus y montarse un imperio, y eso lleva mucho trabajo de ‘negociación’ puerta a puerta, así que colocaban debajo de sus monturas unos trozos de carne adobados para que se ablandaran con el movimiento y el calorcito reinante en la confluencia de la grupa del équido y las nalgas del mongol. Qué rico todo…

Entre conquista y conquista tenían tiempo para comerciar; y así fue como esta hamburguesa prehistórica llegó hasta los tártaros -que acogieron la higiénica técnica de las cabalgaduras-. De ahí pasó hasta Hamburgo, el mayor puerto del Viejo Continente, ya que los comerciantes germanos solían realizar frecuentes viajes de negocios al Báltico, donde desde el siglo XIII se habían aposentado los jinetes nómadas pertenecientes a las tribus de los tártaros.

Fue en la ciudad alemana donde refinaron la receta introduciendo yema de huevo a la mezcla original de carne picada, macerándola con una técnica más civilizada y sobre todo dándole la estocada final: cocinarla. Aún no hemos llegado al final del peregrinaje ‘hamburguesero’, porque de aquí se la llevó a las Américas. Los emigrantes alemanes llevaron la idea en la maleta, literalmente hablando, porque era un alimento que aguantaba bien después de cocinado -al menos no se sentaban encima…-.

Los ‘filetes al estilo de Hamburgo’ pronto se hicieron muy populares en Nueva York, puerto de llegada de emigrantes europeos por excelencia, y fue allí -según la mayoría de las teorías al respecto- en la ciudad de Hamburg en ese estado, donde se les ocurrió ponerle la guinda al pastel: meterla entre dos panes. Ahora sí que sí tenemos lo que conocemos hoy por hamburguesa -nos ha costado-. De hecho la ciudad se llama así por ello, no fue antes la gallina que el huevo, aunque hay otros estados norteamericanos que luchan por la autoría.

Ya a principios del siglo XX estaba muy extendida por todo el país y solo le quedaba hacerse mundialmente famosa y cruzar el charco en sentido inverso convertida en toda una estrella de cine hollywoodiense y glamurosa; y para eso llegaron los hermanos Dick y Mac, apellidados McDonald -me quiere sonar…-. Abrieron su primer restaurante en San Bernardino, California -en la famosa Ruta 66- en 1940 y se convirtieron en franquicia en 1955. Hoy es un monstruo -en el buen sentido- porque está presente en 119 países -de los 194 que existen-; cada 4 horas se abre un local nuevo; se venden 75 hamburguesas por segundo en todo el planeta; uno de cada ocho americanos ha trabajado en uno de sus establecimientos; el Big Mac se utiliza como medidor de la competitividad económica de un país; y la marca tiene un valor de 97.723 millones de dólares. Ahí es nada. Abrumador.

Y aunque a todos nos ha apetecido en algún momento una de estas calóricas hamburguesas -el que lo niegue miente-, os proponemos algunos restaurantes donde poder tomarlas de otras formas. En Atenas Playa, donde se vive el sur en todo su esplendor, tienen Hamburguesa Atenas de Retinta con todo. En Fuego las brasas y la parrilla mandan y en su carta de terraza no falta una con su sello: la Hamburguesa Fuego. Para los más tradicionales la opción perfecta es Los Galayos, restaurante centenario en el que se puede celebrar el día con su Hamburguesa casera de vacuno con queso brie, cebolla confitada, tomate parrilla y bacon crujiente con guarnición de patatas fritas españolas. También en la zona de barra de Chigre ofrecen su versión de este plato con toque astur: Hamburguesa de novillo, queso Vidiago y barbacoa. En V Club feat. Arola se pueden tomar Mini burgers de vacuno, foie, queso Valluco y jugo reducido, con gaming club incluido. Y por último, en Matcha House tienen Hamburguesa de wagyu, en la que sustituyen el pan por arroz frito y la acompañan con un huevo de codorniz.

Palabrita del Niño Jesús que estas están tremendas, pero está claro que si en la gastronomía general no parece haber límite, en el terreno hamburguesas aún menos… Empezando porque algunos han sustituido el pan por donuts, ya nos empieza a dar miedo la cosa. ¿Y vosotros, seríais capaces de darle otra vuelta de tuerca para mejorar el invento? ¡Que empiece el brainstorming!

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