Aunque la mayoría están tan instaurados en nuestras cocinas y en nuestras mentes que a veces no nos damos cuenta, hay muchos platos que reciben su nombre por la persona que los creó, por aquella en la que se inspiraron los cocineros para desarrollarlo o por aquella a la que quisieron homenajear. Hay muchos más de los que crees así que hemos buceado en la historia de algunos de los más famosos. Debe ser todo un honor que le pongan tu nombre a algo, una calle mola pero una receta ya es lo más y estamos pensando que aún no existen las ‘croqueaires’, pero tiempo al tiempo…
Puede que haya algún despistado que nunca se haya planteado que la pizza Margarita se llama así evidentemente por una mujer, de hecho una reina nada más y nada menos. Una receta muy sencilla pero muy ilustre. Cuenta la leyenda que la reina italiana Margarita de Saboya realizó un viaje a Nápoles a finales del siglo XIX para congraciarse con el pueblo del sur, aún resentido por la unificación forzosa de Garibaldi. Aunque quisieron agasajarla con los platos de moda de la cocina francesa, la más chic que encontraron, la señora quería sus pizzas de toda la vida, así que hizo llamar al experto cocinero Raffaele Esposito y le pidió tres versiones distintas. Desechó la de anchoas y la marinera, y se quedó con la más sencilla: de tomate, mozzarella y albahaca. Margarita le dio el sello real a su local y Raffaele a cambio le puso su nombre a la pizza. ¿Purita casualidad que contenga ingredientes con los colores de la bandera italiana en un momento en el que guerreaban para mantener las diferentes regiones unidas? Ahí lo dejamos.
También el solomillo Wellington tiene un origen incierto. Se suele relacionar con Arthur Wellesley, primer duque de Wellington, al que se le atribuye la creación de la receta. No solo supuestamente le debemos este plato sino también su participación en la victoria contra el ejército francés en España durante la Guerra de la Independencia. Nos lo imaginamos codo con codo con Curro Jiménez… Bueno, un poco más distinguido quizás. De todas formas, no es que él se pusiera a cocinar tras cada jornada batalladora, es que era muy sofisticado y le gustaba visualmente cómo se presentaba ese plato y lo comía tanto en campaña como en las recepciones que daba de uniforme de gala. Tanto bombo le daba el hombre al plato que acabaron poniéndole su nombre. No como Curro, que posiblemente se comía la carne ‘a bocaos’ y se limpiaba con la manga. Pero ¿a quién le dedicaron una serie? Pues eso.
Siguiendo con las versiones carnívoras de platos con nombre propio, viajamos hasta Rusia para encontrarnos con la ternera Strogonoff, llamada así por un militar ruso de finales del siglo XIX: Pável Aleksándrovich Stróganov, al que servía un cocinero francés. Hay quien señala que fue durante una competición culinaria que éste se inventó la receta… De cualquier forma, con la popularización del plato, su nombre sufrió algunas variaciones producto de la adaptación a distintas lenguas. Una curiosidad es que la receta viajó hasta China, donde fue adoptada y adaptada, aunque eliminando la nata agria, añadiendo especias y sirviéndola sobre un lecho de arroz.
Hacemos un giro dulce y vamos a por la tarta Sacher, ¿a quién no le gusta la tarta de chocolate más famosa del mundo? -Si no es tu caso, revisa tu ombligo, quizás no seas de este planeta-. Parte de su encanto es que la receta original aún se mantiene en secreto. Este postre destroza-dietas nació en Austria en 1832 de la mano del aprendiz de repostero Franz Sacher, que con solo 16 años trabajaba para el Príncipe Von Metternich. Éste le pidió algo especial para sorprender a sus invitados y tanto gustó la Sachertorte, que Franz, con ojo clínico para los negocios, guardó con recelo su receta hasta que pudo abrir su propia pastelería. A partir de ahí, su descendencia -que aparte de la cuenta bancaria tiene la glucosa alta seguro-, inauguró el Hotel Sacher en Viena, desde el que elaboran más de 360.000 unidades al año.
Y para finalizar, nuestro favorito: por el nombre, que es muy español -aunque la protagonista no lo fuera-, y por la historia de la mujer que hay detrás. Aproximadamente entre el siglo I y el siglo III d.C. en Alejandría existió una increíble mujer, la primera alquimista de la historia. ¿Y esto qué tiene que ver con la cocina? Pues que esta señora llamada María la Judía fue la inventora del ‘baño María’. A esta científica se le atribuyen muy diversas aportaciones a diferentes sectores: escribió varios tratados, desarrolló procesos de blanqueamiento, identificó por primera vez el ácido de la sal marina y el ácido acético, inventó alambiques de destilación y sublimación, etc. Toda una ‘cerebrita’. El común de los mortales solemos conocer el ‘baño María’ por su utilización en la gastronomía pero se utiliza en miles de procesos industriales y químicos que necesitan un calor uniforme, progresivo y constante. El hándicap de María no solo era dedicarse a un oficio considerado como brujería sino encima ser mujer, una combinación desgraciada si vivías bajo el yugo del emperador romano Dioclesiano, y si encima tu legado va y se quema en el incendio de la biblioteca de Alejandría pues apaga y vámonos (nunca mejor dicho). Por eso le rendimos homenaje y queremos que la conozcáis. En 1764 Voltaire, en su Diccionario filosófico, escribió: “han existido mujeres sabias, como han existido mujeres guerreras; pero nunca hubo mujeres inventoras”. Perdone usted, pero María la Judía fue todo eso y más. Y punto.