Por partida doble, porque es lo que utiliza el 99% de la población para despejarse, quitarse las legañas y convertirse en humanos por las mañanas, y porque con este gastropost vamos a abriros los ojos ante esta exquisitez que amas o detestas sin término medio y que es un elemento cultural más. Y es que en España ‘quedar a tomar un café’, aunque luego te pidas una Fanta o un gin tonic, está institucionalizado y además tenemos la bonita fama de pedir cada uno el nuestro -y de varias formas diferentes- por sistema ¡Bendita memoria la de los camareros!
El 1 de octubre celebramos el Día Internacional del Café y como ya sabéis, no podemos resistirnos a celebrar una festividad gastronómica sin hablaros de todos sus secretos. Comenzamos, como debe ser, por el principio de los tiempos. El origen del café sigue sin esclarecerse del todo, se cree que una tribu de Etiopía fue la primera que aprendió a cultivar y a utilizar los granos como una bebida energizante. La historia es que observaron cómo las cabras presentaban un comportamiento anormal y excitado al comer cierto tipo de bayas y decidieron que era buena idea probarlas a ver qué pasaba. “Mira esa cabra subida al árbol y berreando toda la noche, ¿no te encantaría hacer lo mismo? Por supuesto, trae acá esas bayas”. No hay pruebas escritas de ello pero nos encanta imaginárnoslo así…
Leyendas aparte, no fue hasta el siglo XV cuando empezó a extenderse por los países africanos, partiendo luego hacia los árabes. Más tarde, a principios del siglo XVII, se encuentran los primeros registros de comercio de café entre Venecia y el norte de África. Debido a los efectos que provocaba hubo un momento en que tomó mala fama y se le consideraba ‘la bebida de Satanás’. Hasta tuvo que intervenir el papa Clemente VIII para asegurar que la infusión era apta para creyentes.
Fue ya en el siglo XX cuando pasó a ser la bebida más consumida en toda la tierra. Y aquí van unos datos sorprendentes. Hoy en día es la segunda mercancía más comercializada en el mundo, solo superada por el petróleo. De media en el mundo, una persona consume 1,3 kilos al año -sí, sabemos que hay gente que quintuplica esa cantidad antes de marzo, pero no olvidemos a los haters, que hacen media-. Estados Unidos es el mayor importador de este producto, y Brasil es el principal país productor y exportador de café del mundo. Aunque el que más consume es Finlandia, con 12 increíbles kilos al año -será por el frío-; y nosotros estamos en el puesto 19 del ranking mundial -ojo que hay 194 países…-. De todas formas, parece que somos un poco ignorantes en la materia. Según el Centro de Información Café y Salud (CICAS), el 80% de los españoles mayores de edad toma café a diario, pero según un estudio de El Instituto Español del Café, el 90% de quienes lo consumen no tienen conocimientos mínimos de lo que están tomando y lo hacen más por sus efectos contra el sueño que por el sabor. En resumidas cuentas, que somos unos ‘cafeteros paletos’ -en general y sin ofender-.
Para remediarlo, os vamos a contar algunas cosillas. En cuanto a los tipos, hay cientos, pero hay dos básicos en función del origen de la planta. El arábica, que es el que más se utiliza y uno de los más apreciados, con un sabor muy aromático. Pese a su origen africano, en la actualidad suele ser más cultivado en los países de Sudamérica, Asia y Centroamérica. Algunas de las variedades son Moka, con sabor que recuerda al chocolate; Java, fuerte y picante, a la vez que dulce; Kenya, con aroma a frutos del bosque y toques ácidos; Tarrazú, ácido y con un recuerdo a chocolate; Peaberry, muy exótico; Sierra Nevada de Santa María, que desprende un sabor que recuerda al caramelo y al pan tostado; Harrar, con toques terrosos y ásperos; Yirgacheffe, de tono afrutado y silvestre; Mandheling y Lington, con toque herbal; Toraja Kalossi, con una acidez muy equilibrada; y Blue Mountain, de aroma intenso pero agradable.
Por otra parte tenemos el café robusta, que aunque es menos utilizado a nivel general, posee la importante característica de tener un nivel mucho más elevado de cafeína que el anterior, algo que provoca que el sabor que produce a la hora de beberse sea mucho más intenso. El nombre le viene al pelo, vaya. De todas formas, una gran parte de los cafés que tomamos no proceden únicamente de una de las dos especies anteriores o sus variedades, sino que se hacen mezclas. Y claro, la proporción de los diversos tipos son los que le dan un sabor, aroma y color característicos.
Y para terminar, nos gustaría hacer un repaso por los tipos de café que se pueden pedir o preparar. No vaya a ser que hagas reunión en casa y empiecen a pedirte cosas de las que no has oído nunca hablar y quedes mal. Nosotras lo hacemos para que triunfes y no por lucirnos…
El expresso es el de los italianos, los nerviosos y el de los que consideran que mezclar el café con algo más que no sea café es un sacrilegio (es decir, los italianos). Técnicamente son sólo 30 ml aunque se puede y suele ver en tazas más grandes. Una variación para gourmets es el café royal, al que se le añade un terrón de azúcar impregnado en chartreuse. El corto, ristretto o piccolo, son solo 15 ml, lo que viene siendo un chupito. Este es el de los italianos nerviosos. Y el doble (dos expressos, uno encima de otro), es para los que han madrugado mucho o salieron el día anterior.
El carajillo está tan arraigado en nuestro país que hasta lo define la RAE -está aceptado, es real-, y nos encanta una de las teorías sobre ese nombre tan peculiar. Dicen que se inventó en la guerra de Cuba, cuando los soldados españoles mezclaban brandy con café para darse ‘corajillo’ antes de entrar en combate. La otra versión, menos divertida, es que los transportistas lo pedían en Barcelona a principios del siglo XIX porque tenían tanta prisa que no les daba tiempo a tomar el café y la copa por separado. El nombre vendría de la expresión en catalán que ara guillo, que viene a ser: “venga, que me largo”.
Echar alcohol al café no es invento nuestro, y admite muchas versiones, por ejemplo se le puede echar Baileys para darle un toque dulce o añadirle además leche condensada y hacerse un trifásico y ya morir de arterioesclerosis, lo que uno prefiera. También está la versión brulé con brandy y piel de limón, todo flambeado. La versión caribeña por supuesto lleva ron, azúcar moreno y vainilla, un poco más exótico; y la irlandesa whisky y nata montada.
También hay para los que arrancan el día dándose el baño en un cubo de café, que solo es posible gracias al americano (doble de agua), y para los sibaritas, el café árabe. Si son famosos por echar especias a todo, con esto no iban a ser menos: cardamomo, canela o incluso azafrán son algunas de las combinaciones más interesantes.
Si eres de café con leche de toda la vida te entenderán -más o menos- en todas partes, aunque según la región de España, si lo quieres en taza grande tendrás que pedir un mediano o un ‘desayuno’. Si prefieres el cortado o el manchado en según qué sitios posiblemente tengas que explicarlo con detenimiento para que no te lo traigan al revés. Ojo, que en Italia el macchiatto equivale a nuestro cortado -lo ‘manchan’ de leche, y no de café…- Y ya no hablemos del café con hielo, porque en Europa casi con toda posibilidad te sirvan granizado de café y aquí, si lo pides con leche y además con hielo, hay sitios en los que te ofrecerán tirártelo a la cara… A los franceses les encanta el café crème pero aquí no se suele utilizar crema de leche, así que posiblemente tengan que bregar con el de toda la vida. Lo mismo les pasará a los del café vienés, a los que hay que añadir crema batida. Quizás de este tipo el más extendido es el capuchino, que lleva leche espumada.
Los más dulces y apasionados se decantarán por el bombón, con leche condensada. Y algo más elaborado es el café jamaicano, que lleva licor de café, crema de leche y cacao en polvo. También el hawaiano es suave y fácil de preparar porque solo hay que sustituir la leche normal por una de coco. Y ya para rematar, si quieres mezclar el postre con el café, el azteca con una bola de helado de chocolate dentro y crema de leche. También puedes optar por un tiramisú claro…
Y hasta aquí el gastropost de esta semana, bien cargado de cafeína y alegría para empezar cualquier día con alegría… Si estás deseando tomarte uno te recomendamos Randall Coffee, en el Mercado de Vallehermoso, porque allí puedes comprar tu variedad favorita para llevártela a casa o regalarte un momentazo disfrutando allí mismo de una buena taza de café preparado al estilo de Barry -el dueño, un cafetero empedernido que dice que “un mal café le duele en el alma”-. Si no te has visto representado en este artículo porque eres de té, porque eres de Coca-cola o sencillamente tienes tanta energía que no necesitas nada para despejarte, no te preocupes, déjanos un comentario y prometemos escribir sobre ello.